El culto contemporáneo a La Santa Muerte apareció en Hidalgo hacia 1965. Y está arraigado en los estados de México, Guerrero, Veracruz, Tamaulipas, Campeche, Morelos y el Distrito Federal (en el barrio de Tepito es de uso común entre los delincuentes o los comerciantes). También en Nuevo León, Chihuahua y Tamaulipas.
La Santa Muerte se ha vuelto un rito de entrecruzamientos culturales, donde confluyen usos heterodoxos del santoral católico y otras creencias alternas, como la santería. La Santa Muerte se vincula con la Virgen del Carmen: con Oyá, la Señora de los Panteones. Y colinda con el vudú y el satanismo. Y se le adora en consultorios, templos privados o altares con veladoras, flores o botellas de tequila.
Se cuenta que un día desapareció un santuario donde se rendía culto a La Santa Muerte debido a que resultaba molesto para algunos. Ante esto los creyentes tienen remedios: si se quiere ocultar la imagen de La Santa Muerte, una rosa blanca puede suplirla.
Pero las personas que viven en situaciones de alto riesgo son quienes suelen portar un dije o un escapulario ostensible con esta imagen. O un tatuaje en la piel. La levan los militares, los policías, los narcotraficantes, los delincuentes y las mujeres que trabajan de noche, aunque como todas las reglas, existen excepciones.
La Santa Muerte es un símbolo que identificaría a personas que viven entre lo legal y lo ilegal, pero, también se le puede hallar en estratos altos de la sociedad.
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